El origen de la frase
viene del conquistador Diego de Almagro en el primer cuarto del Siglo XVI. Sus
incursiones en Chile, Bolivia y especialmente la conquista del Perú, le supuso
la ocupación de los terrenos y la obtención de cuantiosos tesoros, pero también
una gran pérdida.
Al tiempo, cuando rindió cuentas al emperador Carlos I sobre sus andanzas americanas le dijo: "Defender los intereses de la Corona me ha costado un ojo de la cara". Pronto la frase se difundió entre sus soldados que la emplearon para definir las misiones más arriesgadas.
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